2 de julio
DF.- A una cuadra del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, sobre Insurgentes, un circo mantiene encendida la música propia del tradicional espectáculo como una manera de atraer la atención de los peatones hacia sus atracciones, entre ellas el Circo de los Niños de Oro de China y el elefante del millón de dólares. Así lo anuncian.
Al interior del PRI, en cambio, otro circo hasta la noche
del domingo pasado, nada queda después de ese día en que Enrique Peña Nieto
celebrara su ventaja en encuestas, con apenas un porcentaje mínimo de avance en
el Programa de Resultados Electorales Preliminares, y que llevó a su partido y
a Felipe Calderón a felicitarlo como virtual ganador en la contienda por la
Presidencia de México.
En el complejo de edificios sucios y descascarados del
partido tricolor -donde la estatua de Lázaro Cárdenas luce enfadada, el Colosio
del busto gigante parece sonreír y el Madero del mural frontal mira con
sospecha- lo único que se aprecia es el caminar pausado de jóvenes operadores,
con las dichosas camisas rojas y blancas con el nombre de Peña impreso y que
trajeron durante tres meses, y a empleados que retiraban modorramente las
vallas y estructuras que sirvieron como marco la noche de la elección para el
último show, bastante gris por cierto, del ex Gobernador del Estado de México,
por lo menos como aspirante presidencial.
“Ya no va a haber fiesta aquí, no sé”, comenta presuntuoso y
sin dejar de caminar un priista proveniente de Veracruz al consultarle si
habría alguna nueva celebración.
“¿Ya para qué? ¡Ya ganamos, chinga!”, se jacta y sus amigos,
vestidos como él, desde luego, ríen burlones o eso parece.
A lo lejos, el priista gritará que ya la fiesta fue el
domingo cuando Peña dio aquel mensaje soso como sólo él sabe hacerlo ante un
contingente que llenó poco más de la mitad de los asientos instalados para los
acarreados, ninguno de las antiguas fuerzas vivas del partidazo, que lograron pasar las fuertes medidas de seguridad y que
disfrutaron horas de música de banda. Sólo al PRI, que en cuestión de horas
pasará de partido a agencia de colocaciones, se le dan cosas así en un festejo
de elección presidencial.
En los alrededores del CEN, cubierto aún por mantas, andan algunos
lavacoches con playeras y banderines de México que ondean aburridos y que animan
a conductores que, a su paso, toquen el claxon con júbilo. También, volvieron
los indigentes y las prostitutas. Una de ellas, Estefanía, nombre artístico, desde
luego, dice que ni siquiera se enteró de que Peña era el de mayor avance en los
resultados presidenciales.
“¿El guapo?”, pregunta la joven, de vaqueros entallados y
ojeras casi moradas, y dijo todo.
Más allá, al lado del acceso principal, el colmo: Panchito, un
hombre que vende la última de las tazas que mandó hacer con la frase “Peña
Nieto Presidente 2012-2018” y a las que les puso de precio 50 pesos.
“Es el ingenio, jefe, ¿o a poco cree que vamos a
desperdiciar la moda? Nooo”, chotea y luego cambia lo de “ingenio” por “maña”
y, enseguida, por “provechito”.
Haz de cuenta como lo que dicen los de adentro del CEN que
ya no son, incluido el candidato ganador, pero que buena parte del país, por
experiencia, no les cree por ahora. Ni tantito.
Panchito vendió casi todas las tazas el domingo. No trajo
más porque ya sabía que no iba a haber ni un alma en el PRI. No sólo la derrota
es ausencia. También el éxito.
“Se cansaron los acarreados, están dormidos”, ríe. “Se
acabaron las playeras”.
Se acabó el show por lo menos aquí, en su sede, lo que hace
pensar que la fiesta y el circo están en otra parte. Sólo al fondo del templete
de la ceremonia gris de la victoria, casi desmontado por completo, queda la
frase con la que el PRI intenta acercarse a los millones que no votaron por su
promesa de renovación: “Ganó México”.
¿Será?