jueves

Apuntes III

 
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Si bien recuerdo no tuve muchos sueños durante la campaña presidencial. Soñé un par de veces que me encontraba perdido en la Ciudad de México y otras dos o tres en aeropuertos; luego, en otro les insistía hasta la desolación a los voceros del candidato del PRI que éste me diera una entrevista. Cuando croniqué la primera mega marcha convocada por redes sociales contra Peña soñé que seguía andando al lado de aquellos muchachos libertarios. Uno me preguntó, lo recuerdo, si yo no era del DF y le respondí que sí, aparentemente temeroso de que me dejara de hablar.

Otra vez soñé con la Hermana Consuelo con quien hablaba de desaparecidos en la narcoguerra. Ella me insistía en que le revelara el paradero de alguno. Yo le pedía que me diera el nombre, pero ella decía que la autoridad no se lo había dado. Había tensión en el diálogo, pesadumbre. Desperté y el desasosiego tiñó el día.

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Las únicas veces que tuve contacto con los candidatos fue en las ruedas de prensa. AMLO fue el que más me respondió preguntas hasta que en una ocasión no sé qué carajo pregunté que me exhibió como enviado de los que se quieren apropiar del país y no sé qué tanto. "Uuuu", se escuchó entre los reporteros socarrones y al percibir mi contrariedad ante una pregunta que, en verdad, no traía doble filo, el candidato me dijo: "algunos medios, no todos, hay sus excepciones". Me sentí aburrido.

La del PAN también contestó preguntas. La recuerdo teatralmente envalentonada. Peña, en cambio, contestó apenas unas cuantas porque sus voceros escuderos se encargaban de leerle casi siempre preguntas a modo de reporteros de medios comprados.

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Quizá el evento más patético que haya atestiguado en torno al candidato priista fue la presentación de los esfuerzos de sus cibernautas. El evento fue en el histórico Auditorio Plutarco Elías Calles del CEN del PRI, donde los coordinadores de la insulsa campaña del priista en la red acondicionaron el escenario como si fuera un loft y, durante la interminable espera, organizaron porras e incluso pasos de baile que le presentarían a Peña. Aclaro: no eran chiquillos, era gente de entre 20 y 30 años de edad. Ver bailar a hombres y mujeres en honor al priista y a sus jurásicos acompañantes fue no sólo ridículo sino triste: pocas cosas son tan tristes en este país que un joven priista.
 
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Hice fila con Osvaldo y David en una casilla especial de la Colonia del Valle. Llegamos hacia las siete y salimos después de las dos de la tarde. A alguien se le ocurrió escribirnos con plumón números en las manos para asegurar el turno (varios le tomamos fotos a la que le tocó el turno 132). La fila avanzó milímetros y se vino la lluvia cuando estábamos a punto de entrar. Mientras ellos hacían fila me enviaron a buscar la casilla en la que votaría Carlos Salinas. La hallé, pero él no llegó. Luego, un periódico inventó que sí había ido y hasta pusieron una foto y declaraciones. Regresé y Osvaldo y David seguían a la espera de su voto. Nos llamó la atención ya en el interior de la escuela donde estaba instalada la casilla especial un par de ancianas exageradamente minúsculas y encorvadas que bastón en mano lo resistieron todo para emitir su sufragio. Alguien dijo que la casilla podía quedar impugnada porque una joven que venía con ellas las había ayudado. "Ni se les ocurra", le advirtieron varios de la fila a un representante de partido. El tipo se escurrió ante la protesta.


Por supuesto, por el que voté no ganó. Siempre he votado por perdedores en las elecciones.