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Si bien recuerdo no tuve muchos sueños durante la campaña presidencial. Soñé un par de veces que me encontraba perdido en la Ciudad de México y otras dos o tres en aeropuertos; luego, en otro les insistía hasta la desolación a los voceros del candidato del PRI que éste me diera una entrevista. Cuando croniqué la primera mega marcha convocada por redes sociales contra Peña soñé que seguía andando al lado de aquellos muchachos libertarios. Uno me preguntó, lo recuerdo, si yo no era del DF y le respondí que sí, aparentemente temeroso de que me dejara de hablar.
Otra vez soñé con la Hermana Consuelo con
quien hablaba de desaparecidos en la narcoguerra. Ella me insistía en que le
revelara el paradero de alguno. Yo le pedía que me diera el nombre, pero ella
decía que la autoridad no se lo había dado. Había tensión en el diálogo,
pesadumbre. Desperté y el desasosiego tiñó el día.
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Las únicas veces que
tuve contacto con los candidatos fue en las ruedas de prensa. AMLO fue el que
más me respondió preguntas hasta que en una ocasión no sé qué carajo pregunté
que me exhibió como enviado de los que se quieren apropiar del país y no sé qué
tanto. "Uuuu", se escuchó entre los reporteros socarrones y al
percibir mi contrariedad ante una pregunta que, en verdad, no traía doble filo,
el candidato me dijo: "algunos medios, no todos, hay sus
excepciones". Me sentí aburrido.
La del PAN también
contestó preguntas. La recuerdo teatralmente envalentonada. Peña, en cambio, contestó
apenas unas cuantas porque sus voceros escuderos se encargaban de leerle casi
siempre preguntas a modo de reporteros de medios comprados.
Quizá el evento más patético que haya
atestiguado en torno al candidato priista fue la presentación de los esfuerzos de
sus cibernautas. El evento fue en el histórico Auditorio Plutarco Elías Calles
del CEN del PRI, donde los coordinadores de la insulsa campaña del priista en la red
acondicionaron el escenario como si fuera un loft y, durante la interminable
espera, organizaron porras e incluso pasos de baile que le presentarían a Peña.
Aclaro: no eran chiquillos, era gente de entre 20 y 30 años de edad. Ver bailar
a hombres y mujeres en honor al priista y a sus jurásicos acompañantes fue no
sólo ridículo sino triste: pocas cosas son tan tristes en este país que un joven
priista.
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Hice fila con Osvaldo y David en una
casilla especial de la Colonia del Valle. Llegamos hacia las siete y salimos
después de las dos de la tarde. A alguien se le ocurrió escribirnos con plumón números
en las manos para asegurar el turno (varios le tomamos fotos a la que le tocó el turno 132). La fila avanzó milímetros y se vino la
lluvia cuando estábamos a punto de entrar. Mientras ellos hacían fila me
enviaron a buscar la casilla en la que votaría Carlos Salinas. La hallé, pero
él no llegó. Luego, un periódico inventó que sí había ido y hasta pusieron una
foto y declaraciones. Regresé y Osvaldo y David seguían a la espera de su voto. Nos llamó la atención ya en el interior de la escuela donde estaba instalada la
casilla especial un par de ancianas exageradamente minúsculas y encorvadas que bastón
en mano lo resistieron todo para emitir su sufragio. Alguien dijo que la
casilla podía quedar impugnada porque una joven que venía con ellas las había
ayudado. "Ni se les ocurra", le advirtieron varios de la fila a un
representante de partido. El tipo se escurrió ante la protesta.