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Narcopausa electoral

Esto fue lo que le contesté durante la campaña a Juan Pablo Meneses, antologador de Generación ¡BANG!  Los Nuevos Cronistas del Narco Mexicano, que ya circula en librerías. Agradezco su paciencia infinita.
 

-¿Qué están contando ustedes los cronistas de la guerra del narco que no esté contando el periodismo convencional?

Debo aclarar que no soy un periodista abocado al narcotráfico. A través de la crónica, el perfil, la historia o el reportaje he abordado temas diversos, en contraste con compañeros que sí se han especializado en la violencia. En mi caso personal, no he querido dejar de aportar mi lectura de la época actual, y que no olvidaremos, por lo que eventualmente he publicado materiales al respecto.

Sobre tu pregunta. Algo interesante es que buena parte de los cronistas que hoy cubren la narcoguerra en México vienen, muy recientemente, de fuentes “convencionales”: política, policiaca. Todos debieron aprender el ABC de la cobertura narca y, muchos, perdieron la vida en los primeros años de la violencia precisamente porque no se sabía bien a bien cómo abordar el narcotráfico que hoy conocemos, que cambia vertiginosamente todo el tiempo, ni contaban con protocolos mínimos de seguridad. De alguna manera, muchas veces fatalmente, ellos nos enseñaron lo que se debe y no hacer. Esto no quiere decir, por supuesto, que no sigan las muertes. Quienes más la han pagado, todavía hoy, son los corresponsales en los estados, que no cuentan con el respaldo físico o inmediato de un medio de comunicación. Lo mismo los reporteros de medios pequeños, perdidos en la provincia mexicana y que han sido perseguidos o murieron en la hazaña, porque eso es, de querer contar lo que nadie hace. Por eso, muchos medios locales han tomado la decisión de no publicar nada sobre narcotráfico o únicamente aquello que dé a conocer la autoridad.

Me alejo de tu pregunta: los cronistas de la narcoguerra están contando precisamente la narcoguerra, sus razones, sus intrigas. Sus descomunales anécdotas. No es una élite, sin embargo. Quien así lo crea, se equivoca, se aleja del oficio y cava su tumba, porque la vanagloria distrae. El periodismo que llamamos convencional cumple un cometido y, como sabes, tan loable es su esfuerzo como el de los que narran la violencia. La diferencia es que los que escriben de la narcoguerra no reciben un sencillo desmentido o ven al día siguiente de su nota publicada una fe de erratas en su periódico. A ellos los matan.

Como en otros países, nuestra sociedad, sistemáticamente empobrecida, ha sido penetrada por el narco: es víctima y cómplice, vive o muere por ello. Esto, sin hablar de la impunidad, cáncer de nuestros países. Hacer periodismo, en esas condiciones, es muy complejo. De ahí que sea urgente que los medios provean a sus reporteros de protocolos de seguridad: qué hacer, qué no hacer, cómo hacerlo, cuándo. La popular pirámide que vimos en las clases de periodismo, pero adaptada a los tiempos violentos.


-¿Cómo haces para no caer en un relato dividido entre buenos y malos? ¿Tienes técnicas y consejos para ello?

No sé si lo he logrado ni quisiera pontificar. Tampoco es fácil no caer en etiquetas cuando en estas historias la maldad es tan mala y, la bondad, en el caso de las víctimas, tan buena. Baste revisar los periódicos de un día en el país.

A lo que me he abocado, y quizá eso conteste a tu pregunta, es a la microhistoria, al mal llamado daño colateral, narrar lo humano dentro de lo inhumano. Mi parámetro es saber tanto del delincuente como de la víctima. Mis entrevistas duran horas. Quiero saber todo, quiero tener todos los detalles, quiero conocer todas las historias en torno a la gran historia. Todo tiene un motivo, nada es porque sí. Todos tienen una historia que contar. Y todos mienten, hasta los buenos.


-Podríamos decir que para tu generación esta es la primera guerra que les toca cubrir ¿Qué diferencia tiene este conflicto con las guerras civiles de Centroamérica, las dictaduras latinoamericanas y el conflicto narco de Colombia?

Qué duda cabe. Nosotros no vivimos la atroz guerra sucia de los 70 en México ni mucho menos los cruentos conflictos centroamericanos, por lo menos la mayoría de nosotros, ni menos las dictaduras feroces del cono sur. La diferencia con nosotros ahora es evidente: no sólo la actitud formal de aquellos Estados enloquecidos por aplastar toda resistencia, sino el número de muertos y de desaparecidos. Pero, dadas la indefensión en la que nos tiene el Estado mexicano y la penetración de la delincuencia en la sociedad, aún nos quedan muchos, lamentablemente, por aportar a la cifra. Será en un futuro a mediano plazo cuando nos percataremos de la magnitud real del desastre por el que estamos atravesando: generaciones perdidas, hijos sin padres, padres sin hijos. Un modo nuevo, y quizá fatalista, de hablar y de ver la vida.

 
-Desde hace un tiempo escribes reseñas literarias para el diario El Norte, del Grupo Reforma. ¿Qué es lo más literario que tiene la guerra del narco de México?

Muchos dirían que nada y que, aunque se podría hablar horas del potencial literario de decenas de anécdotas, así como de libros y películas que han abordado el tema (algunos, muy pocos, la verdad, con una propuesta estética atractiva y que no necesariamente se apega a lo narrado en periódicos), esto es real y tiene características que en términos culturales no necesariamente atrae a muchos: vulgaridad, violencia en extremo, corrupción. Toda la impunidad del mundo.

Sin embargo, atendiendo a tu pregunta, otros opinarían que lo literario reside en la fastuosidad con la que viven ciertos narcos o, por el contrario, su modo austero y hasta folclórico de transitar en clandestinidad. También, en los entresijos de la guerra: los narcos se traicionan todo el tiempo, los traicionan cuerpos policiacos y éstos son traicionados por la delincuencia. Todos se matan con demasiada facilidad y, de la misma forma, son reemplazados por nuevos pobres y codiciosos. Y los métodos de tortura y ejecución han rebasado todo límite.

Desde mi punto de vista, quizá lo literario se encuentre, insisto, en las microhistorias, ésas que son emblemáticas y que representan un mirador extraordinario para alcanzar a visualizar el todo: dolor, esperanza. Crueldad, amor.

Ahora bien, en contraste con cierto tipo de literatura, no conozco una sola historia de narco de la vida real que haya tenido un final feliz.
 

-¿Cuál es la mejor historia de narco que leíste y qué elementos tiene para que la consideres de esa manera?

No la he leído y, si enumero aproximaciones, olvidaré materiales afortunados. Describiré, sin citar, lo que me convence: los que han atravesado al personaje seductor, la versión oficial y la verdad a medias. Aquellos que citaron y no plagiaron. Aquellos que no inventaron, que corroboraron y que fueron valientes.

Afortunadamente, en México, hay muchos autores que respetan su profesión, a sus fuentes y a sus lectores. Y no son sólo los que publican libros sobre el tema. Las grandes historias del narco en el país, de eso no tengo duda, las escriben reporteros mexicanos, todos los días, desde sus trincheras.
 

-¿Cómo ves el futuro de México?

Termino de responder a tus preguntas desde la redacción del periódico Reforma, a días de que se efectuaron unas polémicas elecciones presidenciales, donde ninguno de los candidatos ofreció un plan convincente de seguridad, y desde donde veo las portadas de algunos de los diarios nacionales: muy mal. Sin embargo, la vida también está más allá de lo que dicen los medios. México es una nación fuerte, poderosa, históricamente entre la espada y la pared, con retos innumerables que va venciendo al paso y, al poco, se encuentra con otros nuevos. Si antes fueron las crisis y hoy es la violencia del narcotráfico mañana serán seguramente los desastres ecológicos. O las tres juntas. No lo sé.

Creo en la madurez de la sociedad civil y en el avance de los medios libres. Pero, a la fecha, en lo que se refiere a la inseguridad, nadie me ha podido decir con certeza cómo mi país va a dejar de ser una fábrica de pobres en crecimiento, cuándo terminará el poder absoluto del narcotráfico y qué vamos a hacer cuando vuelvan a casa, si es que esto alguna vez sucede, miles de soldados y policías acostumbrados a lidiar con la corrupción, la traición y la violencia.