-¿Qué están contando
ustedes los cronistas de la guerra del narco que no esté contando el periodismo
convencional?
Debo aclarar que no soy un
periodista abocado al narcotráfico. A través de la crónica, el perfil, la
historia o el reportaje he abordado temas diversos, en contraste con compañeros
que sí se han especializado en la violencia. En mi caso personal, no he querido
dejar de aportar mi lectura de la época actual, y que no olvidaremos, por lo
que eventualmente he publicado materiales al respecto.
Sobre tu pregunta. Algo
interesante es que buena parte de los cronistas que hoy cubren la narcoguerra
en México vienen, muy recientemente, de fuentes “convencionales”: política,
policiaca. Todos debieron aprender el ABC de la cobertura narca y, muchos,
perdieron la vida en los primeros años de la violencia precisamente porque no
se sabía bien a bien cómo abordar el narcotráfico que hoy conocemos, que cambia
vertiginosamente todo el tiempo, ni contaban con protocolos mínimos de
seguridad. De alguna manera, muchas veces fatalmente, ellos nos enseñaron lo
que se debe y no hacer. Esto no quiere decir, por supuesto, que no sigan las
muertes. Quienes más la han pagado, todavía hoy, son los corresponsales en los
estados, que no cuentan con el respaldo físico o inmediato de un medio de
comunicación. Lo mismo los reporteros de medios pequeños, perdidos en la
provincia mexicana y que han sido perseguidos o murieron en la hazaña, porque
eso es, de querer contar lo que nadie hace. Por eso, muchos medios locales han
tomado la decisión de no publicar nada sobre narcotráfico o únicamente aquello
que dé a conocer la autoridad.
Me alejo de tu pregunta:
los cronistas de la narcoguerra están contando precisamente la narcoguerra, sus
razones, sus intrigas. Sus descomunales anécdotas. No es una élite, sin
embargo. Quien así lo crea, se equivoca, se aleja del oficio y cava su tumba,
porque la vanagloria distrae. El periodismo que llamamos convencional cumple un
cometido y, como sabes, tan loable es su esfuerzo como el de los que narran la
violencia. La diferencia es que los que escriben de la narcoguerra no reciben
un sencillo desmentido o ven al día siguiente de su nota publicada una fe de
erratas en su periódico. A ellos los matan.
Como en otros países,
nuestra sociedad, sistemáticamente empobrecida, ha sido penetrada por el narco:
es víctima y cómplice, vive o muere por ello. Esto, sin hablar de la impunidad,
cáncer de nuestros países. Hacer periodismo, en esas condiciones, es muy
complejo. De ahí que sea urgente que los medios provean a sus reporteros de
protocolos de seguridad: qué hacer, qué no hacer, cómo hacerlo, cuándo. La
popular pirámide que vimos en las clases de periodismo, pero adaptada a los
tiempos violentos.
-¿Cómo haces para no caer en un relato
dividido entre buenos y malos? ¿Tienes técnicas y consejos para ello?
No sé si lo he logrado ni
quisiera pontificar. Tampoco es fácil no caer en etiquetas cuando en estas
historias la maldad es tan mala y, la bondad, en el caso de las víctimas, tan
buena. Baste revisar los periódicos de un día en el país.
A lo que me he abocado, y
quizá eso conteste a tu pregunta, es a la microhistoria, al mal llamado daño
colateral, narrar lo humano dentro de lo inhumano. Mi parámetro es saber tanto
del delincuente como de la víctima. Mis entrevistas duran horas. Quiero saber
todo, quiero tener todos los detalles, quiero conocer todas las historias en
torno a la gran historia. Todo tiene un motivo, nada es porque sí. Todos tienen
una historia que contar. Y todos mienten, hasta los buenos.
-Podríamos decir que para tu generación esta
es la primera guerra que les toca cubrir ¿Qué diferencia tiene este conflicto
con las guerras civiles de Centroamérica, las dictaduras latinoamericanas y el
conflicto narco de Colombia?
Qué duda cabe. Nosotros no
vivimos la atroz guerra sucia de los 70 en México ni mucho menos los cruentos
conflictos centroamericanos, por lo menos la mayoría de nosotros, ni menos las
dictaduras feroces del cono sur. La diferencia con nosotros ahora es evidente:
no sólo la actitud formal de aquellos Estados enloquecidos por aplastar toda
resistencia, sino el número de muertos y de desaparecidos. Pero, dadas la
indefensión en la que nos tiene el Estado mexicano y la penetración de la
delincuencia en la sociedad, aún nos quedan muchos, lamentablemente, por
aportar a la cifra. Será en un futuro a mediano plazo cuando nos percataremos
de la magnitud real del desastre por el que estamos atravesando: generaciones
perdidas, hijos sin padres, padres sin hijos. Un modo nuevo, y quizá fatalista,
de hablar y de ver la vida.
-Desde hace un tiempo
escribes reseñas literarias para el diario El Norte, del Grupo Reforma. ¿Qué es
lo más literario que tiene la guerra del narco de México?
Muchos dirían que nada y
que, aunque se podría hablar horas del potencial literario de decenas de anécdotas,
así como de libros y películas que han abordado el tema (algunos, muy pocos, la
verdad, con una propuesta estética atractiva y que no necesariamente se apega a
lo narrado en periódicos), esto es real y tiene características que en términos
culturales no necesariamente atrae a muchos: vulgaridad, violencia en extremo,
corrupción. Toda la impunidad del mundo.
Sin embargo, atendiendo a
tu pregunta, otros opinarían que lo literario reside en la fastuosidad con la
que viven ciertos narcos o, por el contrario, su modo austero y hasta
folclórico de transitar en clandestinidad. También, en los entresijos de la
guerra: los narcos se traicionan todo el tiempo, los traicionan cuerpos
policiacos y éstos son traicionados por la delincuencia. Todos se matan con
demasiada facilidad y, de la misma forma, son reemplazados por nuevos pobres y
codiciosos. Y los métodos de tortura y ejecución han rebasado todo límite.
Desde mi punto de vista,
quizá lo literario se encuentre, insisto, en las microhistorias, ésas que son
emblemáticas y que representan un mirador extraordinario para alcanzar a
visualizar el todo: dolor, esperanza. Crueldad, amor.
Ahora bien, en contraste
con cierto tipo de literatura, no conozco una sola historia de narco de la vida
real que haya tenido un final feliz.
-¿Cuál es la mejor historia de narco que
leíste y qué elementos tiene para que la consideres de esa manera?
No la he leído y, si enumero aproximaciones,
olvidaré materiales afortunados. Describiré, sin citar, lo que me convence: los
que han atravesado al personaje seductor, la versión oficial y la verdad a
medias. Aquellos que citaron y no plagiaron. Aquellos que no inventaron, que
corroboraron y que fueron valientes.
Afortunadamente, en
México, hay muchos autores que respetan su profesión, a sus fuentes y a sus
lectores. Y no son sólo los que publican libros sobre el tema. Las grandes
historias del narco en el país, de eso no tengo duda, las escriben reporteros
mexicanos, todos los días, desde sus trincheras.
-¿Cómo ves el futuro de
México?
Termino de responder a tus preguntas desde la
redacción del periódico Reforma, a días de que se efectuaron unas polémicas
elecciones presidenciales, donde ninguno de los candidatos ofreció un plan
convincente de seguridad, y desde donde veo las portadas de algunos de los
diarios nacionales: muy mal. Sin embargo, la vida también está más allá de lo
que dicen los medios. México es una nación fuerte, poderosa, históricamente
entre la espada y la pared, con retos innumerables que va venciendo al paso y,
al poco, se encuentra con otros nuevos. Si antes fueron las crisis y hoy es la
violencia del narcotráfico mañana serán seguramente los desastres ecológicos. O
las tres juntas. No lo sé.
Creo en la madurez de la sociedad civil y en
el avance de los medios libres. Pero, a la fecha, en lo que se refiere a la
inseguridad, nadie me ha podido decir con certeza cómo mi país va a dejar de
ser una fábrica de pobres en crecimiento, cuándo terminará el poder absoluto
del narcotráfico y qué vamos a hacer cuando vuelvan a casa, si es que esto
alguna vez sucede, miles de soldados y policías acostumbrados a lidiar con la
corrupción, la traición y la violencia.