sábado

Día de coplas y café con leche


4 de abril

VERACRUZ.- El tin-tin-tin de las cucharas en las tazas del Café La Parroquia abandonan su característico repiqueteo para pedirle al mesero que abastezca la bebida lechera en cuanto alguien dice que el Candidato del PRI a la Presidencia Enrique Peña Nieto se aproxima a pie a su encuentro con reporteros en este negocio, situado frente al malecón del histórico puerto.

Más atrás, apenas con unos cuantos a su lado en contraste con su esposo, que es llevado casi en vilo por jóvenes, políticos y mirones, Angélica Rivera se aproxima también al comercio. “¡Gaviota!”, le gritan a lo lejos y ella, sin ver, alza el brazo.

El calor al interior de La Parroquia está en su apogeo. La refrigeración es insuficiente para refrescar a las poco más de 300 personas que abarrotan el comercio que, el 1 de mayo, cumplirá 36 años en su actual ubicación, y que fue adquirido por la familia de Marcelino Fernández en 1926.

“Es una buena cábala”, dice este comerciante cuando se le preguntó por la visita de Peña Nieto.

Antes, unos chicos integrantes de un movimiento afín al priismo llegan con pelucas de plástico parecidas al cabello engomado de Peña Nieto. Sin razones profundas, dicen algo así como que simpatizan con el candidato, en tanto sonríen ante las cámaras.

“¡Dejen ver a la gente! ¡No sean chingones!”, grita una simpatizante que degusta con otras pan de dulce y lechero, pero qué se van a quitar los reporteros frente al lugar en el colocaron el escenario del priista. Hay una especie de fascinación por parte de cierta prensa por captar toda sonrisa y ademán del candidato, no se diga una respuesta a una pregunta a modo, así sea a costa de esperarlo horas bajo el sol, entre codazos o en una olla exprés como lo que es en este momento en el famoso restaurante.

Llega finalmente el que andaba ausente. Casi en automático firma el compromiso en el que asegura seguridad en Veracruz, sobre todo con la presencia de la Policía Naval y, ya en la sesión de preguntas dice que no, que el Ejército y la Marina no se irían de los estados mientras no se restableciera el clima social. Que en todo caso, eso sería gradual. 
Peña Nieto habla a ratos como mandatario, a ratos como aspirante al cargo. Luego, ante las críticas de que firmar sus compromisos es cosa inútil y de puro reflector, dice que él lo hace para darle certidumbre a los mexicanos.

Interrumpido en ocasiones por los gritos de lideresas que lo exhortaban a sacar al PAN de Los Pinos, el priista advierte que la seguridad sería su compromiso. Reajustar la estrategia, pues. Crear un frente ciudadano contra la violencia.

En eso, camiones militares pasan al frente de La Parroquia. La Marina hace lo suyo en el aire.

Alguien le pregunta si puede adelantar nombres de su gabinete en caso de llegar y contesta, sonriente, que no, que primero quiere escuchar los problemas y luego se sentará a ver nombres. Que debe recorrer el país primero. Peña Nieto lo recorre en guayabera, pantalón holgado y su impecable peinado. Y junto a “La Gaviota”.
La Parroquia hierve. Las preguntas a modo de medios locales son interminables. Al fin, el candidato da por terminado el intercambio y se arma el zafarrancho a la salida. Los elementos de seguridad detienen a toda costa a lideresas, gente que pide autógrafos. Peña Nieto sube a la camioneta y parece que se perderá, pero no: se da su escapa a Villa Mar, camina unos minutos entre la arena, se sube a una estructura y hace como que va a saltar, pero sólo saluda efusivo a la gente que grita su nombre.

“¡No te vayas a caer, güey, luego quién nos gobierna!”, vacila uno que va con sus niñas al mar. Peña Nieto camina despacito por entre la turba, saluda a comensales de mariscos y bebedores de cervezas claras. Lo hace despacio, sonriente, y hace a un lado a su seguridad como si quisiera dar confianza. Sabe que, apenas el año pasado, a unos metros de ahí, una granada fue lanzada contra una familia proveniente precisamente del Estado de México, la entidad que gobernó.

“¡Hasta la victoria!”, se le ocurrió gritar guevaristamente hacia la gente que le siguió hasta la camioneta. Peña Nieto no pierde la sonrisa, suda poco, se despeina menos. Está hecho para esto. Al mediodía, él, su mujer y el equipo de campaña fueron apapachados con una comida en el salón del Sindicato de Comercio veracruzano. Suenan la marimba, el arpa y las maracas. Los políticos locales, encabezados por el Gobernador Javier Duarte y otros funcionarios de su gabinete, se muestran efusivos: le sonríen apasionados, le toman fotos con sus celulares.

Hay muchísima gente, todos visten de blanco, la seguridad impide el acceso a desconocidos. Los abanicos de techo giran sin par. Hay flores por doquier en aquel salón y la gente, eufórica, habla de porvenir y de victoria mientras circulan los tacos de salsa de chicharrón, cochinita, res con elote, así como la barbacoa con acuyo envuelta en hoja de plátano. En tanto, las coplas de Chava Peña le hacen puros favores al candidato. Más tarde el trovador dirá que cantó el son jarocho “El palomo y la paloma” en honor de la pareja importante de la tarde.

El robusto Gobernador Javier Duarte, con su voz de Chabelo rijoso, le habla con afecto a Peña Nieto y lo califica de un proyecto “que se vende solo”. El candidato, devolviéndole la cortesía, le comenta que se considera veracruzano y, al mandatario estatal, su hermano.

“Y recuerdo que, Adolfo Ruiz Cortines, veracruzano, le pasó el poder a un mexiquense, Adolfo López Mateos”, le dice a manera de cebollazo tras equivocarse en el cargo: le llamó gobernador del Estado de México.

“Ya vi que te brillaron los ojos”, bromea Peña Nieto con Duarte, quien enrojece. Luego, convoca a los priistas del Estado “a no quedarse atrás y menos a la zaga”. Doble, habrá pensado, es más fuerte su mensaje.

El evento termina. A los organizadores se les ocurre cerrar puertas hasta que la pareja haya salido. Nueva vaporera. Afuera, Leopoldo González, de 71 años y sin una pierna, espera a Peña Nieto para decirle que es bienvenido y le quiere dar un cartel donde lo invita a conocer su barrio, La Huaca, bravo, donde él tuvo muchos oficios.
La camioneta pasa rauda. Don Leopoldo se queda con las ganas. Los funcionarios estatales, con licencia por un día, advierten, se van satisfechos.

Así terminó este día de café con leche, mar, coplas, barbacoa y mucho priismo que no deja de oler a viejo.