jueves

Gómez Palacio

Se parece a Monterrey. Torreón también.  En realidad, ambas pudiera ser una misma ciudad. Las divide un río seco tal como a nosotros. Tienen sus zonas feas, como nosotros. Sin embargo, lo que más me dolió ver fue que en sus calles dejan de transitar peatones y coches. Como en la mía.

No había ido a la Comarca desde la vez que fui a hacer una serie de materiales sobre trata de personas. Ahí entrevisté a las madres de dos de ellas y a una jovencita que logró escapar de sus captores tras meses de secuestro y explotación sexual. Aún me conmueve pensar en el relato del padre de ella, quien la buscó junto a su mujer sobre una motocicleta en innumerables lugares, muchos, nidos de pillaje.
Llego para cubrir un mitin de EPN. Antes, parada en un hotel de lujo con el resto de los reporteros. Los priistas se pasean confiados, todos enfundados en sus camisas blancas bordadas con las siglas del candidato. De ahí nos trasladamos a su reunión con empresarios. Ya a estas alturas, primer día del tercer mes de campaña, la oralidad de EPN luce todavía más acartonada, más en automático. O quizá siempre ha sido así. La reunión concluye con un aire sin pena ni gloria. Los empresarios, en voz de una simpatizante del PRI, piden ayuda ante los estragos de la sequía y los de la violencia.  El candidato promete apoyo.

Tres días después, un comando asesinó a 11 internos de un centro de rehabilitación.
Acompaño a los reporteros a una comida previo al mitin vespertino. Ahí, en ese restaurante donde me aburrí como las piedras ante las charlas de los compañeros, perdí por primera vez una grabadora, mi primer digital y la que me acompañó en muchísimas batallas. ¿Cuántas voces quedaron ahí registradas? Casi todos mis perfilados pasaron por ella. Me embargó la pena.

Por la tarde, mitin en un jacalón espantoso al que los de la Comarca llaman con el pomposo Expo Gómez Palacio. Miles de jovencitos, muchos aún sin edad de votar, retacaron aquel espacio en el que no había pasillos para reporteros. Era un horno, los chavos estaban perfectamente domados para el recibimiento y yo me esmeraba por que la coordinadora de prensa entendiera mi malestar en medio del griterío. El PRI apuesta todo en sus eventos, incluso llenando de almas espacios reducidos, a riesgo de un desastre, o apresurando a sus acarreados. Como en Campeche, donde un autobús se precipitó desde un paso a desnivel matando a uno de los pasajeros, un trabajador de Pemex, en esta ocasión fueron tres los acarreados muertos en un accidente debido a que estalló la llanta de una camioneta. Eran apenas unos jovencitos.

Ni siquiera le vi la cara al candidato, hundido como estaba entre acarreados, reporteros de otras partes (que mientras aguardan el boletín acuden al evento únicamente para curiosear). El sonido era pésimo, el candidato se dedicó a gritar promesas seductoras y, ya muy al final, como antes de que se le olvidara, envío el pésame a las familias de los jovencitos muertos. Vaya consuelo.

No hablo de cansancio. Hablo de que no hay alma en estas campañas.

Me pregunto si alguna vez la hubo. Me han contado las giras de CCS, las primeras de AMLO. La encargada de comunicación, antes reportera, nos contó las giras pueblo por pueblo de JOLOPO. A ella, por cierto, le tocó llegar al hospital donde fue trasladado LDC cuando le dispararon y también cuando asesinaron a JFRM. Qué manera de vivir la política. Al poco, sin embargo, olvidé la charla.

Me consoló ver a Pascual y a Martin esperándome para llevarme a Monterrey. Ver gente querida me devolvió el aire. Conversamos en el camino, finalmente dormí hasta despertar frente al Puente Atirantado y en unos minutos ya me encontraba abrazando a los míos.
Sólo pasé un día completo con ellos.