jueves

Entre libros

He leído de todo: libros, revistas, periódicos, sobre todo notas políticas. Por supuesto, el paso de los días me siento enfermo. Creo que estar atento a un solo tema, en este caso las elecciones, me ha vuelto algo monotemático.

Los libros, pues, me han salvado del incendio del tedio cuando no ando en la cobertura. Entre los libros que me he traído de Monterrey y que he comprado aquí están Santiago Vidaurri, de Artemio Benavides; El vino que no se acaba, antología de Eduardo Lizalde; la poesía completa de Porfirio Barba Jacob, edición preparada por Fernando Vallejo; El sunset limited, de Cormac McCarthy; El mal de la taiga, de Cristina Rivera Garza; Con otra mirada, de Christa Wolf, y Los poemas del novelista, de Thomas Hardy.
También, Los papeles de Aspern, de Herny James; Años lentos, de Fernando Aramburu; Fuga en mí menor, de Sandra Lorenzano; Campo Alaska, de José Javier Villarreal; Una misma noche, de Leopoldo Brizuela; 55 poemas, de Emily Dickinson; Escribir en la oscuridad, de David Grossman, y Éramos unos niños, de Patti Smith.

He disfrutando más, por supuesto, los libros de poesía, así como el de Patti. Mis librerías favoritas son El Péndulo, de la Colonia Roma, y la Rosario Castellanos del FCE, en la Condesa. He evitado ingresar a las librerías de segunda mano, pero en una que vino Claudia no pudo resistirlo y compré los dos tomos de Poesía Mexicana, preparados por JEP y Carlos Monsiváis.
También, adquirí para mi perfil sobre Alicia Reyes el libro sobre su abuelo Genio y Figura de Alfonso Reyes.

Las librerías que he mencionado me gustan mucho no sólo por su distribución y fondos, sino por el café que preparan. Por lo demás, nunca había pensado en la relevancia de la lectura en mi vida hasta que un día que pensaba demasiado en mi madre llegué a El Péndulo y me sentí acompañado. ¿Cómo explicar el grado de melancolía que sentí y lo que esa librería llegó a aliviar mi soledad? No recuerdo qué libros compré en esa ocasión, pero al sentarme en una de las mesas exteriores, pedir un café y encender un cigarro llegó a mí un extraño bálsamo. Como si los libros, la cercanía con miles, me dijeran que no estaba solo, que podía estar a su lado, que a la mañana siguiente todo sería distinto.
He reseñado libros por doce años consecutivos. Si hago un estimado de cuatro libros por mes por esa cantidad de años resulta una cifra angustiosa. ¿Cuánto tiempo más seguiré escribiendo sobre libros, teniendo la disciplina de leer uno por semana, de preferencia novedad, a fin de que se cumpla el objetivo informativo de la columna? No tengo idea. Quizá nunca.

De lo que sí estoy seguro es que los libros me acompañarán hasta la muerte. Quién sabe, posiblemente ni mis seres queridos estén al final. Pero mis recuerdos y algún libro, sí.