Los niños caminaban por las aceras, había meriendas
y de los columpios salían risas y gritos.
Hoy hasta el sol ha cambiado aquí su posición y fuego.
Se escucha el repicar de las armas, los rechinidos de llantas
y los hombres ya no muestran sus ojos, usan muchos anillos.
Antes los periodistas caminaban en torno a una manzana
para contar historias. Hoy, las casas están abandonadas.
Todo es sospecha y es difícil ir en busca de una vida para contar
sin un mínimo protocolo de seguridad.
Antes la gente daba sus nombres, hoy esta es tierra de delatores.
Lo que no se hace a hurtadillas, no tiene valor alguno.
Las reuniones quedaron para el patio de la casa, no las aceras
ni los parques.
Crecemos en la clandestinidad y la sombra, nada es lo que parece.
Marchitos prematuramente, soñamos sólo con irnos.
Enseñamos a nuestros hijos a cuidarse las espaldas, a no decir algo
que pueda hacer virar su destino.
Y hoy que de mí nace un grito soterrado, me pregunto a dónde irá a
parar
este tiempo de desquicio en el que nada hay para nosotros